Qué bonita vecindad

03/Oct/2011

El Observador, María de los Angeles Orfila

Qué bonita vecindad

1-1-2011
Nacional – Trabas comerciales1-10-11 El contexto histórico sobre el que se desarrollan las relaciones actuales. Uruguay entre la arrogancia argentina y el poderío brasileño.
A nivel popular no es secreto el sentimiento antiargentino, en especial antiporteño, que impregna la cultura oriental. Su arrogancia es el principal defecto que se ataca cuando se piensa en el estereotipo del habitante del otro lado del Plata. Sin embargo, son los brasileños quienes insisten en que tienen el país “mais grande do mundo”.
Para el abogado Carlos Loaiza, la diferencia es un matiz bíblico: si los argentinos son soberbios, los brasileños son vanidosos; y la soberbia, como pecado capital, es más difícil de perdonar. A juicio de Isabel Clemente, docente del Programa de Estudios Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad de la República (Udelar), lo que en Argentina se dice con prepotencia en Brasil adquiere un tono de “simpatía paternal” hacia sus hermanos menores.
Los brasileños tienen un estilo más elegante de exhibir su autoconfianza”, afirmó la historiadora, sabiendo que eso no incluye el código de vestimenta. En tanto, el pecado capital de los uruguayos parece ser la envidia. Para el historiador Guillermo Vázquez Franco, Uruguay sufre de un “complejo de inferioridad” propio de un país que cela a los grandes de al lado. Estas características entran en juego en las relaciones entre los vecinos que, muchas veces, hacen casi imposible la convivencia.
Buena sintonía
A comienzos del siglo pasado, el barón de Rio Branco, en un acto unilateral de Brasil, desistió de la soberanía de la mitad del espejo de agua de la laguna Merín, marcando así los nuevos límites entre los países. “¿A cambio de qué? De nada. Y con ese gesto ganó enormemente y le costó muy poco”, dijo Vázquez Franco. El Tratado de 1909 es para el profesor un símbolo de la buena relación que Uruguay y Brasil han mantenido a lo largo de la historia del siglo XX porque, a pesar de que ha habido alguna rispidez, sobre todo en el siglo XIX, no fue ni la mitad de tumultuosa que la que ha unido los destinos del Río de la Plata.
Basta comparar la larga disputa con Argentina por el corte del puente internacional San Martín con la rápida gestión con Brasil por el impuesto a la importación de automóviles.
Una llamada entre los presidentes Dilma Rousseff y José Mujica y un viaje relámpago a Brasilia consiguieron la promesa de que en menos de 15 días se resolverá el conflicto.
Pero lo cierto es que la del barón no fue una puntada sin hilo. Si bien dijo que Brasil actuaba por su “permanente amor al derecho” y no lo movían “ni intereses ni recelos hacia alguna potencia vecina”, era clara su contraposición a Argentina. Uruguay salió ganando porque, según explicó Clemente, el gesto brasileño desactivó el plan de la costa seca en el Río de la Plata que defendía el canciller argentino Estanislao Zeballos.
Este manifestaba que Uruguay no tenía derecho alguno sobre el Río de la Plata. La satisfacción uruguaya se tradujo en varios símbolos: desde el rebautismo de Villa Artigas por Rio Branco hasta el trazado de la avenida Brasil en Montevideo.
La cuestión fronteriza quedó quieta hasta los años 1930, cuando un militar uruguayo revisó la demarcación determinada por el Tratado de 1851 por la que el arroyo Maneco y no el arroyo Invernada, una diferencia de 22 kilómetros cuadrados en la zona de Rincón de Artigas, sirve de límite. Para Vázquez Franco fue una “usurpación”, al igual que lo fue el mojón que reivindica la soberanía de la isla Brasilera, para Uruguay ubicada sobre el río que le da nombre, mientras que para los brasileños está sobre el río Quaraí. Estos puntos siguen sin resolverse hasta el día de hoy, es un conflicto de baja intensidad por el que, de tanto en tanto, Uruguay envía una nota. La última vez que lo hizo por Rincón de Artigas fue en 1988 y por la isla Brasilera en 1997, sin siquiera motivar una respuesta medianamente acalorada. Lo cierto es que estos territorios ya no tienen la importancia geopolítica que tenían en el pasado y, según Vázquez Franco, la colocación de una aduana uruguaya reconocería la zona como brasileña. “Uruguay ni se entera de que nos atropellan”, afirmó. Y agregó: “Brasil administra muy bien sus relaciones internacionales. Ellos son inteligentes. Nosotros somos torpes. Seguimos siendo los gallegos brutos de la colonia”.
El resto de la historia del siglo XX entre estos vecinos no tuvo mayores sobresaltos; mientras con los argentinos se rompió relaciones en 1932 y se amagó en otras oportunidades. Al contrario, a principios del siglo, caudillos orientales –entre ellos los hermanos Aparicio y Gumersindo Saravia– pelearon con ellos durante las guerras civiles a tal punto que están incorporados, como enseñó Clemente, como “miembros del propio ser histórico” brasileño.
Más tarde, Uruguay se alineó a Brasil durante la segunda guerra mundial en contraposición a Argentina que mantenía una postura neutral y de desconfianza hacia EEUU. Y durante la dictadura “hubo una perfecta complementación” entre los gobiernos, hasta se habló de la creación de un tratado del Atlántico Sur que, al final, no tuvo andamiaje. De esta época es el ejercicio militar por el que, en teoría, Brasil estimaba que en 30 horas podría ocupar el país si el Frente Amplio ganaba las elecciones de 1971.
Para Loaiza, la aparente ausencia de conflictos con Brasil tiene un ingrediente extra: “Con Brasil no se juega”. Y explicó: “Osar proponerle algo a Brasil tiene un costo político. Ellos no tienen problema con avasallarte pero usan la fuerza cuando es necesario. Eligen las batallas”.
Según recordó Lincoln Bizzozero, investigador del Programa de Estudios Internacionales de la FCS, en los primeros 50 años del siglo XX, Uruguay tomó distancia de sus vecinos “por considerarlos menos preparados frente a la ‘Suiza de América’”, hasta que el cambio en las reglas de juego del comercio internacional obligó a Uruguay, ya económicamente deteriorado, a buscar el acercamiento con sus vecinos, primero con la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), entre 1960 y 1980, después con la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) y más tarde con el ya veinteañero y poco exitoso Mercado Común del Sur (Mercosur).
Mala sintonía
La rivalidad entre Uruguay y Argentina, incrementada por el enfrentamiento con la Asamblea Ambiental Ciudadana de Gualeguaychú por la planta de celulosa de UPM (ex Botnia), se arrastra desde la Convención Preliminar de Paz del 27 de agosto de 1828, en opinión de Vázquez Franco. En ese acto la Provincia Oriental fue separada, o “amputada” como prefiere el profesor, de las Provincias Unidas, luego llamadas República Argentina.
La independencia fue propuesta por los ingleses y respaldada por Brasil para arrebatarles a los argentinos la “llave del río” y el “control del patio trasero” brasileño que era la región de Mato Grosso. Uruguay nació así como un “estado tapón”. Lo que quedó para los uruguayos, a su juicio, fue masticar la bronca de que Buenos Aires creció, mientras que la provincia Oriental quedó petisa. “Nosotros somos el resultado de nuestros propios fracasos. En cambio, Brasil tuvo éxito. Terminó unido. En Brasil están contentos y con gran expectativa de futuro”, completó. Pesa aquí que la independencia de Brasil fue una guerra mucho menos sangrienta que cualquiera de América Latina y que el país consiguió satisfacer sus aspiraciones geopolíticas con la quita de territorios de todos sus países limítrofes. Como dijo Clemente, “ya devoró lo que tenía que devorar”.
La docente de la Udelar, que tiene una visión distinta de la independencia uruguaya, enunció que poco o nada tiene que ver la Convención Preliminar de Paz con el sentimiento antiargentino, como tampoco incidió la lucha de puertos, o hasta las frías relaciones entre Luis Batlle y Juan Domingo Perón. Fue la historia política posterior, y hasta futbolística, la que conformó dos perfiles colectivos disímiles. “En Uruguay nunca hubiese sido posible un partido como el peronismo. Esa política centrada en una cierta forma de culto a la personalidad acá no tiene arraigo porque el uruguayo tiende a ser más escéptico”, declaró. El argentino endiosa a los líderes; mientras que el uruguayo protesta si el presidente osa adelantarse en la fila de la mesa electoral.
El hermano menor
Desde los días de “Estado tapón”, pasando por los tiempos del barón de Rio Branco, hasta el presente, los problemas entre estos tres vecinos –incluso con la incorporación de Paraguay en el grupo− fueron, en realidad, temas entre dos. Brasil ocupa más del 70% del territorio del Mercosur, alberga casi el 80% de la población y genera más del 70% del Producto Bruto Interno (PBI) de la región. En contraste, Uruguay y Paraguay juntos apenas superan el 4% del territorio, el 5% de la población y el 3,5% del PBI. Argentina, por su parte, es el país con mayor PBI per cápita.
“Uruguay fue desde el comienzo un invitado, una necesidad de Brasil y Argentina para superar la bilateralidad del bloque”, manifestó Loaiza, más teniendo en cuenta que se miran con recelo desde la época colonial. El supuesto papel para Uruguay era el de ejercer un equilibrio pendular, mientras que su aspiración era tener una plataforma regional para la inserción internacional competitiva.
No obstante, la bilateralidad entre los dos grandes muchas veces ha estado por encima de la organización que, en teoría, parecía natural por la cercanía. De esto son ejemplo las trabas impuestas por Argentina a las exportaciones de bicicletas, o las licencias no automáticas para las importaciones que frenaron ventas de textiles, cueros y plásticos, o los problemas para vender arroz a Brasil, o el reciente impuesto de 30% a las importaciones de autos, entre otros casos en los que Uruguay, como socio pequeño, ha pagado el pato. “La actitud, conociendo a los jugadores, era previsible”, apuntó Loaiza, aun más en un contexto de crisis económica mundial por el que las grandes economías del mundo implementan políticas proteccionistas. Y agregó: “Al final del día, los intereses domésticos siempre se anteponen a las grandes afinidades regionales y ello es patente en las actitudes de Brasil y de Argentina”, resumidas en tres palabras:
“Funcionalismo, prepotencia y mezquindad”
El reto de Uruguay, según los expertos, es no caer en un vacío regional, en una especie de “Gibraltar” del Cono Sur. Para Bizzozero, el país debe “jerarquizar su situación de socio pequeño” y hacer pesar sus valores: institucionalidad, equilibrio negociador y ubicación geopolítica, dado que el lugar geográfico no es intercambiable, los vecinos no se pueden elegir ni parece posible corregir viejos hábitos propios y mucho menos los ajenos.